No estaba muerto, estaba de parranda

Viernes 30 de octubre. Se acabó lo que se daba. Se acabó la tontería, el autoengaño y la piedad conmigo mismo. Aquí arranca la segunda temporada de Mi vida gorda. Vuelvo más sabio que antes y muchísimo más motivado. Si quieres que algo cambie tienes que ir a por ello, y no hay más. Y si lo que haces no te funciona es hora de cambiar. Después de aquel ayuno atroz quedé completamente arrasado. No sólo no sirvió de nada si no que volví al punto de partida. Quedé en quiebra anímica y me abandoné hasta el domingo pasado, que me despedí rebañando la freidora de un VIPS.

El lunes empecé el gimnasio y más contento no puedo estar. La monitora se volcó conmigo desde el minuto uno y me ha diseñado unas rutinas con las que en apenas cinco días he perdido 2.7 kilos (he pasado de 84.6 a 81.9, mi peso más bajo desde que estoy a plan si descontamos la siropelocura). Y no creáis que vivo en el gimnasio, no. Voy tres días por semana durante una hora, más que suficiente. Hasta mediados de noviembre mi particular y elástica diosa griega me tendrá haciendo cardio, aeróbicos y abdominales para ya entonces pasar a máquinas. Por cierto, mi día de pesaje se traslada de lunes a viernes; cada finde me daré un único homenaje (o comida o cena) y no quiero que eso se refleje en la báscula. Como diría nuestra querida Daniela: ¡Vamos que se puede!